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DISCURSO DE PÍO GARCÍA-ESCUDERO, EN LA INAUGURACIÓN DE LASEDE DEL COAM.

Para mí supone todo un honor y una satisfacción poder estar hoy, aquí, en este acto de inauguración de la nueva sede del Colegio oficial de Arquitectos de Madrid; es decir, de mi Colegio. Mi agradecimiento al Decano por su invitación.

Porque -quiero dejarlo claro- hoy he venido a compartir este feliz acontecimiento, no en calidad del presidente del Senado, sino de arquitecto.

Precisamente por eso hoy me siento tan cómodo como cualquiera puede sentirse cuando está en su propia casa y entre su gente. Llevo ya algunos años –bastantes, la verdad- dedicado a lo que constituye mi segunda vocación: la política. Por eso es comprensible que mucha gente me vea como un político con formación de arquitecto. Sin embargo, yo me veo como un arquitecto que está en la política.

Matices aparte, lo cierto es que nunca me ha costado conciliar estas dos facetas de mi personalidad. Seguramente porque siempre he pensado que entre la arquitectura y la política hay muchos puntos en común. Intentaré explicarme. Alguien, en alguna ocasión, ha dicho que “la arquitectura es un acto político”. Y a mí me parece que esta frase arroja una gran verdad.

En primer lugar, la asociación más evidente entre ambos conceptos es la que se produce en el ámbito más propio de la arquitectura: el espacial.

A partir de su propia etimología, la política es la actividad que se realiza desde y para la polis, la ciudad, es decir, el espacio definido por una comunidad humana organizada. Y la arquitectura está indisolublemente vinculada a la ciudad, a la comunidad política, desde su mismo origen:

Es su soporte vital necesario, su encarnación material en el espacio. No hay acto fundacional más expresivo que el de colocar la primera piedra de una ciudad, el de establecer el centro umbilical desde el que irá creciendo la traza urbana.

Los modos de organización social, las relaciones de poder dentro de un sistema político, todo eso tiene en la arquitectura su expresión material, visible, tangible, mensurable. Tanto es así, que podríamos decir que las ciudades son constituciones en obra de albañilería. Incluso, la reflexión teórica sobre un modelo de sociedad ideal tiende a tomar forma en arquitecturas ideales, del mismo modo que las pesadillas en el sueño de la razón nos arrastran a delirios arquitectónicos.

Desde Platón y San Agustín, pasando por Tomás Moro, Bacon o Campanella, hasta la Metrópolis de Fritz Lang, las sociedades utópicas se visualizan mediante arquitecturas utópicas. En definitiva, toda comunidad política tiene en la arquitectura su propia seña de identidad, particular e intransferible; el resultado y el testimonio de su personalidad histórica, de lo que ha sido, de lo que es y de lo que puede llegar a ser… o dejar de ser.

Los espacios urbanos evolucionan al ritmo que lo hacen las sociedades. Son cambiantes, polimórficos, muchas veces contradictorios, pero lo fundamental es que se mantengan siempre vivos, que no dejen de latir al mismo ritmo que la propia sociedad. Porque, como escribió Van der Rohe, la forma como fin en sí mismo carece de valor, la forma debe derivar de la vida. Porque –concluía- “la vida es lo decisivo para nosotros”.

Por eso me parece que tenemos motivos justificados para celebrar iniciativas como la que hoy ve la luz tras un laborioso periodo de gestación. Podemos felicitarnos porque, en este espacio que desde ahora será sede del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, se resuelve con éxito ese gran reto de los centros históricos de las ciudades: el reto de preservar su identidad. Preservar no como petrificar, no como convertir las calles en decorados de un parque temático.

Preservar en el sentido de actualizar, de insuflar nuevo aliento a los espacios donde resuenan los ecos de nuestro pasado, para poder legarlos al futuro. Esos ecos, desde luego, están aquí. Ésta fue sede de un hospital de leprosos, antes de convertirse en Colegio de las Escuelas Pías de San Antón. Con el negro intermedio de unos años en los que fue usado como cárcel política, mantuvo esa función durante casi dos siglos. Luego, cayó en el abandono y en el peligro de extinción. Ahora, el oportuno convenio entre el Ayuntamiento de Madrid y el Colegio de Arquitectos ha hecho posible rescatar este espacio cargado de historia, en un entorno urbano también lleno de historia. Desde luego, Gonzalo Moure ha solventado con éxito este reto.

Concluyo: hoy –todos lo sabemos- atravesamos por la difícil situación de una grave crisis económica, que, entre otros muchos efectos negativos, complica enormemente la incorporación de nuestros jóvenes al mundo laboral.

Como no podía ser de otro modo, también esa es hoy la principal preocupación de los jóvenes arquitectos. Sin embargo, creo que, ni siquiera en medio de estas enormes dificultades, las urgencias del momento deberían llevarnos a echar en el olvido esta dimensión humanística, política si se quiere, de nuestro oficio.

Debemos preservarla si no queremos correr el riesgo de que la arquitectura, en esta época tan tiranizada por lo inmediato, pueda perder su auténtica personalidad y dejar de ser merecedora de esta calificación acuñada durante el Renacimiento, tan concisa como expresiva: Que la arquitectura es, debe ser siempre, “un arte de gran ciencia e ingenio”.

Discurso extraído de nuestros compañeros de Somos arquitectura http://somosarq.blogspot.com y reproducido literalmente con su permiso en nuestro blog.

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